Hace unos años, mi amigo Akbar Syed, el director de una de las mejores agencias de expediciones de Pakistán (Lela Peak Expedition) me invitó a tomar un té con unos conocidos suyos. Pensó que podría ser interesante. Nos presentó: Ignacio y Oro… el único perro que ha conseguido cuatro cumbres del Aconcagua. La historia que escuché es la de dos compañeros para los que la montaña ha sido decisiva en sus vidas.
Escribo esta crónica después de conocer que Oro ha muerto hace pocos días, a los 10 años. Deseo que mis palabras alivien en algo la pena de Ignacio. Esta es su historia.
Un ACV (accidente cerebro vascular) siguió al infarto que Ignacio Lucero sufrió a 7.400 metros de altitud, cuando iniciaba la marcha hacia el último Campo de Altura desde donde lanzaría el ataque al Manaslu (8.163 m). Coincidió con Òscar Cadiach, era el 3 de octubre de 2011 y tenía 38 años. Ignacio es un guía mendocino. Su trabajo es el de acompañar a los que persiguen la cumbre del Aconcagua -tiene 41 en su haber. Su ciudad, Mendoza, es la última urbe antes de comenzar la dura marcha hacia el Techo de América.
El poeta mendocino Rodolfo Braceli define su ciudad como “un desierto doblegado por la porfiadez de sus mujeres y de sus hombres”. Ese mes de octubre, a más de 7.000 metros, Ignacio porfió con la muerte, salvó su vida y quedó muy malparado. “Tuve una puntada debajo de la tetilla izquierda y me di la vuelta. Si hubiese continuado subiendo no lo cuento”. Yo escuchaba los recuerdos de Ignacio mientras Akbar asentía a mi lado. “Daba siete pasos y me detenía, no podía caminar. Me angustiaba. Sentía como si estuviese intentando tomar un mar con una cucharita”. Pasaron tres días desde que el pinchazo le frenó en seco hasta que pudo salir en helicóptero del Campo Base del Manaslu. El hermano de Akbar viajó desde Pakistán a Katmandú para prestarle apoyo. De regreso a la Argentina y durante dos años, su vida se convirtió en un infierno, “mi memoria estaba afectada, no podía hablar, ni leer. Perdí todo lo aprendido. Estaba muy debilitado. La rehabilitación fue muy dura.”

El perro apareció en su vida en 2013. “Un día una vecina me dijo: “enhorabuena, Nacho. Tienes un perro”. Le contesté que no, que no me gustaban los perros. Un día lo vi, estaba bebiendo agua de la alberca. Me miró, sentí como afirmaba: “yo vivo acá”. A los pocos días, estando mi sobrina en casa, el perro entró “¿Quién es?” preguntó la niña, es Oro, le contesté. Su nombre me salió del inconsciente”.
Oro había escapado del dolor de un mal amo y Nacho escapaba de las secuelas de un ictus. “Le enseñé a caminar juntos. Todos los días un poquito más, eran los siete pasos que me sacaron del Manaslu. Comenzamos a trabajar, le enganchaba a la mochila, el perro corría delante y tiraba de mí. Su fuerza suplía mi debilidad. Nos adaptamos, estábamos ‘umbilicados’, y pude volver a trabajar como guía en el Parque Aconcagua. Me prohibieron ir como deportista y, por supuesto, como guía. Reclamé, porfié y conseguí que reconocieran a Oro como perro de asistencia. El perro se aclimataba muy bien, “al llegar a los 4.000 metros se paraba y descansaba un día. Con él hice dos cumbres en El Cerro guiando a clientes. Enseguida entendió en qué consistía su trabajo. Tirar de mí, se concentraba en lo que hacía y disfrutaba con ello.”
Oro es el único perro que ha subido al Aconcagua (6.962 m) y del que hay registro gráfico -aunque mi amigo Narciso de Dios afirma que hubo uno anterior, pero no hay constancia de ello- Oro subió en cuatro ocasiones como perro de asistencia, es decir: trabajando. Ayudando a que su compañero recuperase la fuerza física y mental.
En agosto de 2019, ocho años después del infarto masivo, Ignacio alcanzó la cumbre del Gasherbrum II (8.035 m) sin oxígeno. El perro Oro ya no le podrá acompañar, pero quizá sin él Ignacio todavía estaría intentando tomar un mar con una cucharita.
Pedro Gil,
septiembre de 2020