Klass Willems es el protagonista de una de esas increíbles historias a las que el paso del tiempo suele convertir en leyendas. Su relato está repleto de lucha y de épica, pero también de vida, de muchísima vida. Los médicos y doctores que han tratado su expediente no dan crédito, y describen su caso como un auténtico milagro muy difícil de explicar. Sufre de fibrosis quística, una temida y muy dolorosa enfermedad degenerativa que termina con la muerte prematura de quien la padece, y en su caso particular, el mejor de los pronósticos no le daba más de 25 años de vida. A sus 33, presume con orgullo de que la escalada le está salvando la vida.
Willems tiene que acudir una o dos veces cada año al hospital para someterse a un tratamiento especial de dos semanas que lo deja excesivamente débil. Sin embargo, y gracias a su fanatismo, las duras jornadas de tratamiento y rehabilitación se hacen más amenas con la multipresa portatil que lleva consigo a todas partes, y aunque el exceso de deporte puede convertirse en un grave problema para él, reconoce sin tapujos que sin los beneficios que la escalada produce en sus músculos posiblemente no estaría donde está.
«La Fibrosis Quística es una enfermedad genética que afecta principalmente al sistema respiratorio y digestivo. No es una enfermedad bonita: no hay cura y la respiración es difícil debido a la mucosidad que llena mis pulmones. Tomo dos juegos de medicamentos inhalados y un puñado de píldoras cada día, pero aún así, respirar aire contaminado se siente como un nudo. Un resfriado inofensivo puede llevarme al hospital».
Pero pese a la temible enfermedad que padece, Willems es un gran escalador amante de las grandes paredes y los grandes muros; y aunque a priori tendría que estar postrado en una cama, su pasión por la escalada lo empuja a hacer viajes o expediciones tan duras y temibles como en su reciente aventura por las tierras marroquís de Taghia, a donde viajó con decisión espartana tan solo 4 días después de haber abandonado el hospital tras uno de los pesados ciclos de antibióticos a los que se ve obligado a someterse.

Taghia es un lugar tan remoto y lejano a la civilización que ni el propio taxista marroquí que los llevaba encontró el lugar de destino. Como consecuencia, tuvieron que pasar la primera noche de su travesía a la intemperie, sin tienda ni saco y arriesgándose a una grave recaída de la enfermedad. Aún así, a la mañana siguiente y con una angustiosa “moquera” se dirigió hacia los grandes muros del Atlas marroquí, en donde completó una de las ascensiones con las que llevaba soñando desde hacía ya demasiado tiempo, Les Rivieres Pourpres, un exigente 7b+ de 550 metros de dura escalada que él y su compañero Thomas Dauser completaron en estilo libre, y sin caer en ninguno de sus largos.
Tan solo 3 días después y sintiéndose bastante cansados aún, Thomas y Willems decidieron intentar una ascensión algo más ambiciosa, Barracuda, un 7c + de 600 metros de altitud. Las condiciones son duras, con poco sol, exceso de viento y un frío helador que le impide calentar bien los dedos hasta bien avanzada la escalada. Dadas las condiciones, Thomas lideró la mayoría de los largos hasta la cima.
Ya de vuelta en el poblado y en compañía del resto de escaladores desplazados hasta la zona, la pareja escuchó rumores sobre otra gran ruta, L’Axe du Mal, también 7c+ pero notablemente más corta que sus dos anteriores escaladas, en esta ocasión de 500 metros. Pese a no sentirse en plena forma, la menor longitud del muro les dio las fuerzas que necesitaban para intentar un tercer ascenso. Lo lograron sorprendéntemente rápido tras completar varios de sus largos más difíciles al primer intento, incluyendo el largo más difícil, graduado de 7c y el cual les pareció tan bonito, que ambos escaladores decidieron ascender en estilo libre y abriendo cordada.